Cuando reprimieron en La Plata a un montón de manifestantes me dejaste bien en claro “el tipo de personas” que eran las que se manifestaban. Cuando encarcelaron a Milagro Sala me dejaste bien en claro “el tipo de persona” que era Milagro Sala. Cuando le devolvieron a la policía potestades que se les había quitado hace años por el uso injustificado que les habían dado a las mismas (matar a un pibe luego de un recital, por ejemplo) me dijiste que si yo no hacía nada malo no tenía de qué preocuparme. Cuando decenas de miles de compatriotas reciben día a día un telegrama en el que se les dice que ya no vayan a trabajar porque están despedidos me dijiste que el estado no puede darle de comer a ñoquis militantes de gobiernos anteriores. Cuando radios populares (sean de las Madres, de comedores populares o de lo que sea) son agredidas (a veces a pedradas) me decís que desde adentro fomentan el odio; que quien siembra vientos etc.
Cuando un ministro pone en su cuenta de twitter que no fueron 30.000 me decís que, en fin. Que ya era hora que alguien lo dijera.
Ayer le mandaron el telegrama (es notable que estemos en esta parte de la patria, no?) a un ser tan cercano y querido que sé que esta noche ya no voy a poder dormir. Tengo mucha bronca. Tristeza.
Me la pasé llorando, dando vueltas en la cama, dejando libro tras libro en la mesa de luz sabiendo que ni siquiera leer puedo, esta vez.
¿Y sabés por qué lloro?
Porque tengo la absoluta certeza de que, al final, ha ganado el discurso del “algo habrán hecho”.
Algo habrán hecho para que los repriman.
Algo habrá hecho para que la encarcelen.
Algo habrán hecho para que les pidan documentos.
Algo habrán hecho para que los dejen sin trabajo.
Algo habrán hecho para que les apedreen las radios.
Algo habrán hecho para ser desaparecidos.
Antes de que me tildes de lo que quieras tildarme, te cuento: sí. Algo hice. Y por eso esta madrugada es de las más tristes de las que tenga memoria haber vivido.
Luciano Saracino