Éramos jóvenes y llenos de sueños, idealistas, con ese aire arrogante que nos daba la certeza de sabernos inmortales. Así fuimos con los torsos desnudos. Imprudentes, tan sabios como torpes cantábamos “el amor vence al odio”.
Creímos en las convenciones, en los acuerdos, en la ley, y miramos a los ojos a nuestro enemigo. Un enemigo tan viejo como todas las guerras, un enemigo ladino tenaz y vengativo al que desafiamos en la confianza de luchar con reglas establecidas.
Y nos equivocamos, nuestros amigos fueron cayendo destrozados a nuestro lado. Gritamos al mundo que esas armas no estaban permitidas. Nosotros habíamos aprendido a luchar con cánticos y banderas, pero el fuego de la metralla rastrera ahogó nuestras voces.
Muchos huyeron despavoridos en las primeras escaramuzas, y los más viles se sumaron a las filas enemigas; no teníamos comandante, no teníamos donde ir, y quedamos los más fuertes, los más locos, hombro a hombro, enterrados en el barro defendiendo nuestro bastión con un valor que no éramos conscientes de poseer.
Escribo este mensaje en una botella, para decirles que si alguno la encuentra, sepa que no estamos arrepentidos de esta gesta. Que estamos vivos y dando lucha, conociendo cada vez más a nuestro enemigo y esperando que te sumes porque ¿Sabés una cosa? Aprendimos la lección. Somos más fuertes que nunca, más prudentes, mas sabio y por todas esas cosas VAMOS A VOLVER.
Dani Arce
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