RADIOGRAFÍA DEL TILINGO ARGENTINO, POR JUANITA ROJA | Sin Censura – Un poco de aire fresco

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Uno bucea en su memoria, y rápidamente encuentra señales contundentes. Siempre estuvimos rodeados de hijos de puta. Larvas racistas y discriminadoras, que con nada se erigen en autoridad moral. Todos hemos transitado la vida hartos de escuchar pelotudos decir cuanta pavada el amo les inoculó en el cerebro a lo largo de la historia: levantan el parquet, tienen antenas de tv y no tienen para la leche, viven en la villa porque les gusta, se embarazan por un plan, y podríamos pasarnos un mes haciendo la genealogía de la tragedia argentina: el tilingo.

Ese sujeto que tan bien describió Jauretche, berreta, inculto, prepotente, fanfarrón, patético, infinitamente brutal y lo suficientemente cobarde como para tercerizar su violencia de manera legal: depositándola en gobiernos, de facto o democráticos, que utilizan el monopolio de la fuerza física con el que cuentan, para asesinar a los que son su espejo insoportable. Cada gesto de dignidad, de libertad, de rebeldía, de amor por lo más preciado de la humanidad, es una cachetada para el tilingo. No soporta que lo enfrenten a su mediocridad, a la inutilidad de su existencia. Por eso inviste a sus verdugos, en un ida y vuelta siniestro y estúpido: verdugos de sus espejos insoportables, el pobre, el artista, el negro, la mujer empoderada, los que luchan, los que miran de frente, y verdugos de él mismo, al entregarle el mando a quienes lo saquearán sin descanso, mientras lo entretienen agitando el garrote sobre su reflejo intolerable. El verdugo patrón, se encarga de transformarle en goce perverso el odio visceral que tiene, consciente de que no es más que un tilingo y que el universo avanzó hasta este punto para que él haga con su existencia esa vida espantosa, de aburrimiento y furia. El tilingo es un cuenco vacío. ¿Qué cosa fuera la masa sin cantera? Bueno, eso, un tilingo.

Yo me crié en la capital nacional del tilingo. Recuerdo millones de cosas que señalan su presencia. La más notable ocurrió durante mi primaria. Cuando yo empecé primer grado, el distrito del barrio tenía una escuela donde se inscribían los más pobres (los hijos de porteros, de inmigrantes, del sereno de garage, etc) y otra a la que iba la élite, los hijos de los tilingos. Piojos aspiracionales, profesionales, dueños de pymes, empelados de comercio, bancarios. Clase media.
Cuando Cacciatore empezó a hacer las nuevas escuelas que aún perduran, con sus infinitos problemas de filtraciones estructurales, la lógica indicaba que sería para la escuela de los pobres, que era la más vieja del barrio y se venía abajo. El problema surgió cuando la comunidad de padres de la escuela para la “elite” hizo escuchar su voz:

– ¿Por qué una escuela nueva para ellos? La polémica duró los dos años que llevó la construcción y se arrojaron las hipótesis más descabelladas y tilingas que recuerdo. La más delirante fue una que empezó a escucharse en las charlas de la puerta de la escuela, entre las madres. La nueva escuela saldría por una avenida, y su fondo lindaba con un terreno baldio, que salía por la calle paralela. Las madres derechas y humanas, que se mojaban con cada desfile militar que la directora nazi que teníamos traía a los actos, conversaban – Parece que van a juntar a las dos escuelas – Pero eso no puede ser! – acotaba otra indignada ante esa herejía – Pero van a salir los nuestros por el frente y los de la 9 por la puerta del fondo – Qué fondo?

– El que da al terreno baldío. Lo van a limpiar un poco y los van a hacer salir por ahí.

Recuerdo que Marga, la señora que me cuidaba y me iba a buscar, me contaba estas charlas que escuchaba de lejos, porque era lo suficientemente negra como para que ni la saluden, asombrada de lo estúpidas que podían llegar a ser esas comadrejas ignorantes
La cosa es que la escuela Cacciatore se terminó de hacer, y la lógica tilinga, esa que hoy nos gobierna por voluntad popular, arribó a una solución salomónica: la escuela de la elite, se mudó al nuevo edificio y la escuela de pobres a la escuela que dejaba la elite.

Querían una metáfora de la tragedia argentina? Ahí la tienen. Y yo fui testigo.

Juanita Roja