Fuimos insoportables hasta el hastío. Es que nos aplicaron el desprecio social. La segregación colectiva. Nos volvimos necios en cada cónclave
donde nos mostraron sus dientes.
A veces la rabia no se funda a los gritos. Aparece silenciosa; en el saludo, en el cigarrillo compartido, o en la copa de vino. La discriminación trabajó sin hacer ruido.
Cavó la fosa, marcó el surco.
Tanta maldad nos obligó a no inclinarnos ante nada. NOS CONDENÓ A EQUIVOCARNOS. Con una liviandad consentida tácitamente por todos, Nos vomitaron en los rostros
las peores infamias, las mentiras más injuriosas.
Sus vísceras estaban más podridas que las nuestras. Aprendimos a ser caballeros con las damas, y a contener los puños con los hombres. Laborioso y falso el discurso de instaurarnos como portadores del rencor:
los odiadores seriales son ellos.
Los demás abonaron con su silencio. Asintieron. En este triste verano, estas bestias reaccionarias (cuya única patria es la individualidad) Salieron sedientas de sus jaulas, después de mucho tiempo de encierro.
Ya andan a los balazos en la barriada.
Es que nunca nos van a perdonar QUE AMAMOS CON LOCURA. La memoria es nuestro único testigo.
Y será nuestro único juez.
(J.A.P. Verano de 2016)