El Gobierno celebra lo que considera un hito: haber pasado de un déficit a un superávit.
Por Daniel Arce – Sin embargo, este logro se presenta como un espejismo cuando se analiza en profundidad. La estrategia para alcanzar este superávit ha sido una megadevaluación del 120%, que ha desencadenado una inflación del 25%. Este incremento vertiginoso ha llevado a una drástica reducción del poder adquisitivo de trabajadores y jubilados.
A primera vista, el superávit puede parecer una victoria del ministro de Economía Nicolas Caputo, pero es solo una ilusión efímera. Las medidas implementadas para alcanzarlo han desencadenado una contracción masiva del mercado, manifestada en la caída del consumo y el desplome de la producción de bienes y servicios. Este escenario inevitablemente conducirá a una brutal caída en la recaudación fiscal.
En un intento desesperado por mantener el equilibrio en sus balances, el Gobierno se verá obligado a realizar nuevos ajustes para aumentar la recaudación. Además, se suma el hecho de que el dólar ha vuelto a sufrir un atraso del 60%, lo que significa que la devaluación se presenta como una realidad ineludible en el horizonte gubernamental.
El festejo del superávit se asemeja al último destello de lucidez y bienestar experimentado por un enfermo terminal antes de despedirse de este mundo. Es una ilusión pasajera que no puede ocultar la precariedad y fragilidad de la situación económica del país.
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